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Artesanos de viajes
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Cuenta la leyenda que Vietnam surgió de la unión de un dragón que se enamoró de un hada...
Lo mejor para ir cogiendo el ritmo vietnamita es sentarse a saborear tranquilamente una taza de café con yema de huevo y leche condensada en la terraza de cualquier café de la antigua Saigón, hoy Ho Chi Minh, con vistas a la deslumbrante catedral neogótica de Norte Dame. Hay que quedarse con los detalles de esta ciudad cosmopolita, para luego contrastarlos con el aire clásico y tradicional de Hanoi. Lo que más impresiona cuando llegas a Hanoi es que las normas de tráfico desaparecen, y los coches se agolpan a un ritmo de locura frenética, pero ves que sorprendentemente todo se mueve dentro de una inexplicable y maravillosa armonía de coches, peatones y motos. 
Los mercados son un espectáculo para los sentidos. Hay que dejarse llevar por los sugerentes olores que te llaman desde los miles de puestos de comida callejera, y lanzarse a probar un tazón caliente de Pho (una sopa de fideos con pollo, ternera, u otro ingreciente más atrevido...) o un delicioso banh trang nuong (una especie de pizza hecha con huevo, langostinos secos, salsas...). Y por las noches, acercarse a un bar de música en vivo y escuchar una curiosa interpretación vietnamita de The Doors.
Desde las terrazas de arroz de Mi Cang Chai, las llamadas "escaleras al cielo", se pueden divisar las casas de las familias de los Hmong y los Thai, rodeadas por un grandioso paisaje de mil tonos de verdes y amarillos. Si hay suerte y coincide con la plantación de la nueva cosecha, no dudes en remangarte los pantalones y meterte en los bancales de agua, para aprender a plantar arroz con los agricultores de las aldeas...